Vallenato

Thursday, October 26, 2006

Vallenato de agua dulce.

Andrés Felipe Torres.



-Ese Farid es un bacán hermano, ¡dígame si no!
Quien habla es Martín, conductor de profesión y sobreviviente en las eternas carreteras del nordeste antioqueño. Afuera del carro y bajo un aguacero poco imaginable Farid Gamarra está saludando a las cuadrillas de viajeros que empujan carros para sacarlos del fango. Martín se dirige a él y lo saluda, se dan la mano y luego se abrazan. Nada extraño si no estuviéramos en medio de la llanura que hay entre el municipio de Caucasia y Zaragoza, bajo un aguacero de diluvio y no fueran las nueve de la noche.

Farid Gamarra conoce la travesía en que se convierte viajar por una carretera destapada en época de lluvias. Una carretera descuidada por el Estado, deteriorada por culpa de los camiones pesados y deshabitada por las acciones de los grupos armados. Pero eso no impide que él vaya a hacer su concierto en las fiestas del Cristo de Zaragoza. Farid se suma a los convites que empujan carros, multiplicando el ron y cantando a pulmón pleno un repertorio de canciones propias y ajenas:

Este hombre que hoy está cantando para ustedes/
fue como todo ser en su infancia un soñador/
en su inocencia él sufre pero vive alegre/
porque en su mente para todo hay solución/
y él se decide por las cosas que más quiere/
y más tarde cuando las tiene las deja en cualquier rincón.

Su voz pelea con el rugir de los carros que tratan de salir del atolladero y de la lluvia que cae sin parar. Reparte ron a diestra y siniestra y trata de no callarse, ese es su granito de arena para empujar los carros: motivar a quienes meten las fuerzas. Cantar.

Pero estas cosas yo nunca pude tenerlas/
por muy pequeño que tuvieran su valor/
me conformaba solamente yo con verlas/
como el que vive acariciando una ilusión/
porque era tanta la pobreza de mi vieja que a veces hasta
la candela pedía pa’ monta el fogón/

El primero de seis puntos críticos en la carretera ya ha sido superado. Por petición de Martín, Farid se ha venido con nosotros en el carro de la Alcaldía de Zaragoza donde la parranda continúa. Aprovechando la oportunidad entablamos una conversación en la cual el único tema es el vallenato. Apelando a mis pocos conocimientos sobre el tema, en realidad solo aquellos que logré alcanzar gracias a María Victoria, una amiga de la Universidad, trato de conocer más sobre la vida casual de esta persona. A todos mis interrogantes Farid tiene una respuesta y al final una canción que lo apruebe. Cuando hablo de Diomedes Díaz, Martín el conductor, se apresura a responder: “A ese man no lo deben mete’ a la cárcél porque él es un ídolo y a los ídolos no se les mete allá”. Creo que solo aquella vez logré entender la palabra ídolo.

Es difícil imaginarse a Farid sin cantar, este hombre que todo lo vuelve vallenato. Pocos minutos después de haberlo conocido uno siente que esta hablando con un verdadero juglar, con esos personajes fantásticos que le enseñan a uno en el colegio o que lee en algunos textos de leyenda. Ahora está componiendo la excusa que le va a entregar a la alcaldesa de Zaragoza en caso tal de que no alcancé a llegar a tiempo a su presentación en la media noche.

Farid Gamarra es de esos vallenateros desconocidos por toda vanidad. Cuando un grupo de reporteros escucha su nombre alguien se atreve a decir que a ese man no lo conoce ni la mamá. Pero al llegar al segundo escollo del viaje, donde ya se encuentra una larga fila de carros a lado y lado de la carretera, se disipa toda duda. -¿Qué hubo Farid? Hola Farid. Pero si es Farid, Farid Gamarra el que canta vallenatos. Eh, mira, Farid la voz del bajo cauca. Ese es Farid, el hombre del pulmón bueno pa’ cantá.

Y Farid los saluda a todos de mano. Les pregunta por la familia, por los hijos y hasta por los animales. Y siempre utilizando el nombre propio. ¿Cómo va el marrano canelo ese? Estaba bien flaco cuando lo vi, compadre. Y sigue cantando, todo para él es canto. Y la gente trabajando en sacar carros del barrizal, todo es barro. A este reportero solo le quedan los ojos y los alrededores de la boca limpios, de resto el barrizal, como a todos, lo ha cubierto de una capa amarilla y húmeda.

Después de los trabajos pasados para llegar a Zaragoza, a la una de la mañana la orquesta de Farid Gamarra está montando el sonido y el animador anuncia a voz en grito la presentación del más grande hijo del bajo cauca, el cantante de vallenatos más respetado de la región y el único hombre más conocido que los mismos alcaldes de los pueblos.

Media hora después Farid se encuentra entre el público. El acordeonero, Carlos Torres, le ruega que por favor suba a la tarima para poder empezar. Él sigue saludando gente, abrazando y dando la mano, besando a sus seguidoras. Su público resulta ser la gente más joven del pueblo. Hasta que por fin sube y ante su saludo se escucha un grito que hace callar la lluvia.

Cuantos tormentos parecidos se me olvidan/
que mis carritos fueron todos de cartón/
y un acordeón que fue el encanto de mi vida me tocaba construirlo con pedazos de cartón/
y hoy con orgullo soy también aquí en mi tierra de los que izan la bandera en nombre de nuestro folclor.


* * *

Es la noche del 14 de mayo. Una noche estrellada y sin neblina. No ha llovido durante todo el día en Santa Rosa de Osos, cosa milagrosa, y el ambiente está propicio para un concierto como el que pasa anunciando un Renault 4 con dos parlantes en el techo: Esta noche el gran concierto que Santa Rosa esperaba: Los inquietos del Vallenato con la voz fantástica de Jimmy Sossa y la orquesta Embrujo Vallenato con todos sus éxitos. Boletas en la portería del Liceo. No se lo pierda.

El gran concierto no fue tan grande. Acaso 2 mil personas y dos reporteros no se lo perdieron. La placa del Liceo Cardenal Aníbal Muñoz Duque se quedó esperando los otro 8 mil invitados que se estimaba asistirían al evento. Jimmy Sossa cantó para un público nostálgico de noviembre del año 2.000 cuando los Inquietos del vallenato se presentaron en este mismo pueblo y no hubo capacidad donde albergar tanto público. En aquel entonces Nelson Velásquez era el vocalista del grupo y la canción Nunca niegues que te amo, había permeado hasta los más radicales grupos rockeros en el pueblo. Aquella vez, que no era aprendiz de reportero sino estudiante de bachillerato, cuando sonó esa canción presencié la llorada comunitaria más grande de la que tengo memoria.

Pero eso es historia y ahora Jimmy Sossa está cantando en el patio del colegio y acaso dos o tres personas aplauden, cuatro parejas bailan y otras cinco miran los seis integrantes del grupo. Con más pena que gloria ha terminado su presentación y en la tarima la orquesta Embrujo Vallenato hace lo propio por cautivar el difícil público. Jimmy se retira a uno de los salones del colegio y se ve asediado solo por una niña que le pide un mensaje para su hermana que no pudo venir al concierto porque vive en una vereda de difícil transporte.

Juan Jaime Sossa, como es su nombre de pila, prefiere públicos más fáciles. Menos arraigados al estilo de los Inquietos como eran cuando estaba Nelson Velásquez. O sitios en los cuales su música haya tenido más despliegue de publicidad, puesto que todas las canciones nuevas que interpretó fueron acompañadas por un silencio tal que más parecían las declaraciones del alcalde que un concierto de vallenatos.

Días después lo volví a encontrar en un partido de fútbol, en la cancha de La América en Medellín. Los equipos disputantes eran los artistas del vallenato contra los trabajadores de la emisora La Vallenata, que además de once jugadores tenía un enano de un metro de altura que pasaba bajándoles la pantaloneta a los jugadores del equipo rival y que todo el mundo llamaba como vallenatín. El público, poco vallenatero para el ideal romántico que se crea acerca de este ritmo, le daba órdenes al enano de quiénes serían las victimas de semejante espectáculo, que más que osado, era grotesco.

Jimmy era el arquero, un buen deportista para ser sinceros. Pocos minutos antes de terminar el partido se largó un aguacero de aquellos que juagan y estregan de una vez. Los artistas del vallenato tomaron sus cosas, sus carros y se fueron sin decir esta boca es mía. En tres horas que allí permanecí les escuché toda clase de improperios, piropos y demás. Les escuché de todo, menos una canción de vallenato.

Por ser sábado ninguno de los artistas podía hablar conmigo puesto que en la noche tenían presentaciones y no se podían desgastar más. Además el aguacero les impedía permanecer allí. Sin embargo a todo lo que puedan significar, en las discotiendas se exhiben sus trabajos, con grandes arreglos publicitarios, fotografías en estudio y arreglos musicales muy bien logrados. Son el Hollywood del género, punto de referencia obligatorio gracias a un proceso llamado por muchos cachaquización del vallenato.

Esta vez como en el concierto del colegio, Jimmy Sossa se fue sin decir más en su lujoso carro gris. Y nadie dijo nada, nadie cantó.

* * *

Pocos días después de mis encuentros con estos dos personajes me entrevisté con cada uno de ellos. Con Farid Gamarra en un restaurante flotante sobre el río Cauca en el municipio de Caucasia y con Jimmy Sossa en su casa del Barrio La Floresta en Medellín.

Farid es un técnico agropecuario nacido en el departamento del Magdalena. Criado en el campo y con una figura paternal a la que según él debe todo lo que ahora es. “Mi papá me decía cuando yo era niño, cuenta Farid Gamarra, tenía unos cinco o seis añitos, salía con él a caminar, me decía: hijo, el hombre tiene que trabajar y tiene que cantar, porque cuando el hombre trabaja debe darle gracias a Dios de que puede trabajar”. Toma de su jugo natural y remata como es su costumbre con una canción con la que refuerza lo que acaba de decir, acercándose bastante a la grabadora para que sus palabras sean fáciles de interpretar luego:

mi padre fue mi gran amigo, mi padre fue mi amigo fiel/
mi padre fue mi gran amigo, mi padre fue mi amigo fiel/
Mi padre se fugaba conmigo y yo me fugaba con él/
él se fugaba conmigo y yo me fugaba con él/
mi padre fue mi gran amigo, mi padre fue mi amigo fiel.


En este momento Farid trabaja para una Organización No gubernamental llamada Fundación Panamericana para el desarrollo, donde logra robarse los espacios para ensayar y cantar con su agrupación. Además es un hombre reconocido en el municipio por la fidelidad que le profesa a su mujer. “Hombe compadre, yo si te puedo dar la entrevista, -me dijo el 18 de diciembre de 2.004 cuando le hablé de hacer con él un trabajo para radio- pero espérame un momento que voy a ir a Rumba Estereo a dedicale una canción a mi esposa. No ve que hoy estamos cumpliendo diez años de casados”.

Con Jimmy Sossa la cosa si es un poco más complicada puesto que él mantiene una agenda más apretada aunque solamente se dedique a trabajar en la producción con los Inquietos. Un hombre carente de esa alegría y embrujo que ha caracterizado al costeño, o al chilapo, o al corroncho cualquiera que sea. Juan Jaime busca esconder esa carencia en un fingido compadre y en una alegría superficial basada en chistes de mal gusto. Acaso arrepentido de que Barbosa, el municipio en el cual nació, no quedará en el Valle, en Magdalena, ni en Bolívar. A uno se le hace que sus cantares son de una tierra desconocida que ni es costeña y no es del todo paisa. Sin embargo sabe muy bien el papel que juegan: “Nosotros somos una corriente diferente de este género grande y hermoso que es el vallenato. Llámese nueve ola, llámese como quiera. Nosotros no tenemos nada contra el vallenato grueso. Ellos no han querido entender que nosotros somos la continuación de algo grande que se ha gestado en Valledupar y en la costa toda”.

Y es que eso de la competencia entre el vallenato “movidito” y el vallenato cachaco o llorón es un lío bastante grande, por lo menos para quien escribe cuyos conocimientos básicos sobre este género se limitan a Maria Victoria, aquella amiga que alguna vez le tira datos. Y nada más. Según ella el proceso en el cual el vallenato adquirió otros espacios diferentes a Valledupar, El Paso y la Costa atlantica se inició con el Binomio de Oro de América, aquel que en su etapa de 1.976-1.991 fue empezando a hacer digerible a otras culturas y otras regiones esta forma cultural tan propia de los colombianos.

El caso fue que se crearon dos corrientes. Una, por llamarla de alguna forma, la más conservadora que siempre ha propugnado por el vallenato puro en su sentido más básico y con sus propios ritmos. El otro fue un vallenato más liberal, con una lírica más romántica y con la incursión de otros instrumentos musicales. Con voces menos gruesas y con un aire más de pop que de vallenato.

El actual rey del vallenato es bogotano y en Valledupar no dejan de sonar aquellas leyendas como Alejo Durán y Colacho Mendoza mezclado con las voces de las nuevas estrellas. Al momento de este escrito ya existen los premios Grammy para cumbia-vallenato. Todo está propicio para que aparte de su conflicto el vallenato siga sonando en todos los radios y en todos los sitios donde sea necesario.

“Bailando con mi ritmo vallenato,
A toditos yo los pongo a vacilar…”,

tal como cantaba alguien que dicen que era grande, Rafael Orozco. Y que yo solo recuerdo en mi niñez cuando lo asesinaron.

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